Soy una amante del color, o mejor dicho, de los colores, de todos los colores. No entiendo la vida monocroma. Mi casa tiene las habitaciones pintadas cada una de un color distinto. Los colores son alegría, vitalidad, optimismo, bastantes problemas tiene uno para encima pintarlos de negro.
Debe de ser este el motivo por el que disfruto tanto en primavera. Cúantas tonalidades de verdes!! Ni los muestrarios de DMC logran superar a la naturaleza. ¿Y las alfonbras de color con las que se viste el campo? Ahora, ya, las flores de la mostaza tiñen los eriales de amarillo limón. Las escobas blancas, de un blanco cremoso, están también en su apogeo. Dentro de unos días darán paso al oscuro violeta de la borraja. Después florecerán las escobas amarillas, y parecerá que trozos de sol se han caído al suelo, a veces hasta mirarlas hace daño a los ojos; se mezclarán con los suaves violetas del cantueso y el blanco inmaculado de las jarillas. Y un poco más tarde el campo se volverá casi multicolor, con la hierba de los prados aún verde pero ya espigada, los eriales llenos de florecillas de todos los colores, pero resaltando los rosas, en fin, una gran sinfonía. La primavera en la dehesa es así, espectacular, contiene todas las esencias concentradas. En otros paisajes las transiciones de las estaciones son pausadas, sin brusquedades. Aquí no, pasamos del manto del invierno a la primavera como por arte de magia, en cuestión de días. Las floraciones son rápidas, el campo tiene prisa por hacerlo todo enseguido no venga la calor y lo fastidie, lo que sucede con harta frecuencia.
Cuando viví en el Pirineo oscense prefería el otoño. Ojear el bosque en otoño, desde una collada, es uno de los mayores placeres visuales que puedan tenerse. Aunque no sea comparable, las encinas en flor, en un buen año de floración, se le aproxima. No hay dos encinas que tengan la flor del mismo color, desde el amarillo limón hasta el ocre, toda una gama de colores. Resulta fantástico. Esperemos que este año lo podamos disfrutar.
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