Para bien poquito está dando esta primavera. Cada vez que ha llovido ha sido escasamente para matar el polvo. O para perder una apuesta, y para nada más. El trigo medio seco, las vezas secas del todo, imposibles de recuperar por mucho que lloviera a partir de hoy. En el jardín segué la hierba hace un tiempo y los nuevos cortes son para matar las malas hierbas, que esas con poco se las apañan. Y es que parece que tuviéramos un repelente de lluvias instalado aquí. La última vez que llovió -por llamarlo de alguna forma- mi marido y yo estábamos en Salamanca ciudad en el dentista. Caía agua a raudales. Volvíamos a casa todo contentos pensando en los charcos que nos íbamos a encontrar, pero lo que nos encontramos fue un chasco. Cuatro gotas y gracias. Hoy nos ha pasado algo parecido. Volvíamos de Valladolid, allí se caía una tormenta de agua estupenda, todo el camino lloviendo, en Salamanca cerrado, negro y diluviando, pero a medida que nos acercábamos a Moscosa, el cielo aclarando, el agua en disminución y aquí cayendo un agüilla! como sin ganas, vamos. Qué desesperación. Ni ganas tiene una de salir a la puerta del jardín. Ni que nos hubieran echado mal de ojo!
Y la verdad es que ya el agua no nos salva de la quema, porque los altos están todos espigados, ya no darán nada por mucho agua que les cayera, pero al menos los prados podrían dar aún alguna yerbita para mis vaquitas. Las pobres, tras el desparasitado de hace unos días, se están recuperando del penoso invierno que hemos sufrido. Ignacio quería ir a ver el trigo, pero francamente, ojos que no ven, ..... corazón que no siente.